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Microbiota: “Es el conjunto de microorganismos que se localizan de manera normal en distintos sitios de los cuerpos de los seres vivos, tales como el cuerpo humano. Puede ser definida como los microorganismos que son frecuentemente encontrados en varias partes del cuerpo, en individuos sanos”.
En el cuerpo humano viven aproximadamente 100 billones de microorganismos, lo que nos da entre 1,3 y 2,3 bacterias por célula humana. una auténtica barbaridad.
Bacteria: Las bacterias son “microorganismos procariotas que presentan un tamaño de unos pocos micrómetros. Las bacterias son células procariotas, por lo que, a diferencia de las células eucariotas (de animales, plantas, hongos, etc.), no tienen el núcleo definido ni presentan, en general, orgánulos membranosos internos. Generalmente poseen una pared celular y esta se compone de peptidoglicano (también llamado mureína). Muchas bacterias disponen de flagelos o de otros sistemas de desplazamiento y son móviles. Las bacterias son los organismos más abundantes del planeta”.
Espera… pero las bacterias no eran malas? Pues… algunas si. Algunas bacterias patógenas pueden causar enfermedades infecciosas, incluyendo cólera, difteria, escarlatina, lepra, sífilis, tifus, etc. Pero, oh sorpresa, sin bacterias, no podríamos vivir.
Ya hemos visto que estamos “llenos” de bacterias. Ahora, ¿hasta qué punto son importantes para nuestra salud?
La microbiota, aunque tal vez deberíamos hablar de las microbiotas, ya que no existe una sola, si no que depende de su ubicación (tracto intestinal, nasofaringe, piel…) Vamos, que se encuentra en todos los organismos del cuerpo humano, y en cada una, tiene bacterias específicas con las que realizamos una simbiosis intercambiando su trabajo a cambio de refugio y alimento.
Cuando esta “microbiota global” funciona de manera óptima, nos mantiene a salvo de los “intrusos” que nos acechan. Ahora bien, ¿hasta qué punto es importante?
Creemos que somos conscientes de nuestra salud, de nuestras decisiones, de nuestro estado de ánimo, pero ¿y si no fuera así?
Para empezar, nuestros microbios, son nuestros. Desde el momento en que nacemos, vamos “cultivando” estos microbios propios (al nacer partimos de los heredados de la madre), que van a depender, en gran medida, de si tomamos leche materna, los antibióticos tomados, el entorno en que vivimos, si hemos tenido mascota… A partir de aquí, todo lo que nos hacemos a nosotros mismos, se lo hacemos a nuestra microbiota. Me explico:
A lo largo de la vida, nuestra microbiota va cambiando:
Como ya hemos visto, al nacer, partimos de una microbiota muy básica, heredada de la madre, y gradualmente vamos formando la nuestra propia, con una diversidad baja y muy inestable.
Conforme vamos creciendo, en la niñez y la adolescencia, es muy susceptible a los cambios en la alimentación, cambios fisiológicos, cambios hormonales y cambios metabólicos del adolescente.
Ya de adultos, entramos en la etapa con mayor diversidad. A estas alturas, ya hemos cultivado una microbiota estable y difícil de modificar (dominan Firmicutes, Actinobacterias y Bacteroidetes).
Conforme nos vamos haciendo mayores, su variedad desciende, cambiando también las proporciones entre ellas. (Bajan Firmicutes, Actinobacterias y Bifidobacterias. Aumentan las Clostridium).
Volvamos a la frase de antes:
“Todo lo que nos hacemos a nosotros mismos, se lo hacemos a la microbiota”.
Y a partir de ella, vamos a hacernos una pregunta:
¿Las alteraciones en la microbiota, son la causa o el efecto de las enfermedades?
Evidentemente, estamos hablando de un caso de bidireccionalidad.
En nuestra sociedad actual, hemos creado algo que se llama “enfermedades crónicas no transmisibles”, como pueden ser la obesidad, la diabetes, la resistencia a la insulina, enfermedades neurodegenerativas, cáncer, enfermedades autoinmunes o trastornos de neurodesarrollo. Sabemos que existe una predisposición genética a determinadas enfermedades, pero hace escasos cientos de años, no se producían al nivel que se producen hoy en día. ¿Por qué?
Sencillamente, porque hemos cambiado nuestro estilo y forma de vida.
Cómo actúa nuestro estilo de vida, para que sobre una predisposición genética se acabe desarrollando una enfermedad?
Pues una de las vías por la que actúa, tiene que ver con la microbiota, y para explicar esto, vamos a detenernos un momento en un término: Disbiosis.
La disbiosis se puede definir como la falta de equilibrio en nuestra microbiota, la cual puede darse por muchos motivos, y más partiendo de que tenemos diversas y diferentes microbiotas repartidas a lo largo de nuestro organismo.
Cuando esto se produce, es cuando debemos preocuparnos. Y mucho.
Como ya hemos visto, estamos sufriendo ataques continuamente. Cuando nuestra microbiota se encuentra en un estado saludable, en equilibrio y con una población variada, en el momento de ese ataque o agresión, puede llegar a sufrir un poco, pero gracias a su “resiliencia”, es capaz de volver rápidamente a su estado de Eubiosis (lo contrario a Disbiosis). el problema es que, en el mundo de hoy, esos ataques son constantes, lo que nos lleva a la Disbiosis. Al desequilibrio. La microbiota deja de trabajar como debe. deja de intentar mantenernos sanos.
No existe un solo tipo de Disbiosis, Hay diferentes tipos, debido a los distintos tipos de microbiotas que tenemos. Tenemos miles de bacterias diferentes, y se han asociado diversas patologías a niveles de Disbiosis determinados, desde dolores de cabeza,hinchazón después de comer, alergias, dermatitis atópica, kilos de más, trastornos musculares y articulares, problemas de sueño, fatiga, dolor crónico, a cosas más serias como hemos comentado al principio como puede ser la obesidad, diabetes, síndrome autoinmune.., y más recientemente, se ha establecido una correlación con la ansiedad y las enfermedades mentales como la depresión y esquizofrenia. Esto se debe a que las bacterias son, por ejemplo, capaces de producir o inducir la liberación de neurotransmisores y hormonas que actúan directamente en el cerebro, produciéndose alteraciones del comportamiento, de las funciones emocionales y cognitivas.
Bueno. ¿Y cómo corregimos esto?
Primero, necesitamos un diagnóstico. Después de haber realizado el diagnóstico concluyente de disbiosis intestinal, el tratamiento irá encaminado, fundamentalmente, a reequilibrar la flora intestinal, no sin antes “reparar” el interior del tubo digestivo para que, de nuevo, existan las mejores condiciones para normalizar la permeabilidad intestinal, motilidad, metabolismo así como otras funciones del intestino.
Una vía natural para conseguir el equilibrio reside en la administración de probióticos y prebióticos, que además ayudarían no solo a tratar la raíz del problema sino también sus consecuencias como por ejemplo a cortar la diarrea y evitar que vuelva a aparecer la flora intestinal dañada.
Probióticos
Microorganismos que se encuentran en el tubo digestivo del individuo sano. No son tóxicos. Estables al contacto con ácidos y enzimas digestivas. Poseen gran habilidad para adherirse de nuevo a la mucosa intestinal.
(Hablamos de los Bifidobacterium lactis BI-04, Lactobacillus NCFM, Bifidobacterium lactis Bi-07 y Lactobacillus paracasei Lpc-37).
Prebióticos
Alimentos No digeribles pero Sí fermentables, que estimulan el crecimiento y actividad de diferentes especies bacterianas intestinales.
(Hablamos de los Arabinogalacto-oligosacáridos y betaglucanos).
Además para controlar tu microbiota estable de manera natural, recomiendo cambiar algunos hábitos de vida como pueden ser:
– NO consumas azúcares refinados.
– aumenta el consumo de fruta y verdura, por su riqueza en fibra.
– intenta llevar una vida con poco estrés, haz ejercicio.
– evita la ingesta de antibióticos si NO SON NECESARIOS (recuerda que estos sólo son efectivos frente a infecciones producidas por bacterias, NUNCA frente a virus u hongos).
Eje intestino-cerebro, ¿Qué es?
Podríamos definir el eje intestino cerebro como un sistema extrínseco (de fuera de) de comunicación bidireccional que posibilita la interacción funcional de ambos sistemas (1), es decir, el intestino y el cerebro.
La relación existente entre el sistema gastrointestinal y la función cerebral es conocida desde mediados del siglo XIX gracias a los trabajos de diferentes científicos, entre los que destacó Ivan Pavlov y sus archiconocidos reflejos condicionados, en los que un estimulo percibido y procesado por un animal generaba actividad en el sistema digestivo (el sonido de una campana se asociaba a la comida y con el tiempo el sonido producía salivación en los perros). En este caso, la dirección de comunicación es de cerebro a intestino.
Posteriormente fuimos descubriendo que en el proceso normal de la digestión, la secreción de diferentes mediadores (grelina, insulina, colecistokinina…) van influyendo a nivel cerebral generando saciedad (1), e invirtiendo la dirección comunicativa desde el intestino al cerebro.
A partir de aquí se ha ido ampliando la investigación a aspectos más relacionados con otros aspectos de la fisiología corporal (2) descubriendo un fascinante mundo interactivo entre los colonizadores intestinales (recordemos que también hay microbiota en otras zonas corporales como mucosa, piel, e incluso cerebro) y el huésped.
Para poder profundizar en la relación intestino-cerebro es necesario comprender cuáles son las vías de comunicación que utilizan estos órganos, ya que esto nos permitirá después entender cómo se producen los desequilibrios asociados a síntomas y patología y justificar las intervenciones terapéuticas como la alimentación saludable, los probióticos, el deporte o la meditación.
El sistema bidireccional de comunicación entre el intestino y el cerebro es muy complejo, por eso en este post simplificaremos al máximo las vías troncales y en siguientes posts profundizaremos allí donde sea necesario para entender este eje funcional y justificar las intervenciones terapéuticas. Estos principales sistemas de comunicación entre el intestino y el cerebro abarcan esencialmente las vías inmunológica, endocrina y neural.
La vía neural
La información de la función de todo órgano corporal ha de llegar a determinadas partes de nuestro cerebro para informar a nuestro procesador central del estado en el que se encuentra dicho órgano y que éste pueda ir adaptando su función a las necesidades circunstanciales (el famoso proceso de homeostasis/alostasis). En el caso del intestino, esta parte de transmisión neurológica se aglutina en el sistema nervioso entérico, que además de regular diferentes aspectos de la motilidad y secreción intestinal envía señales aferentes al cerebro (3). Los mecanismos exactos a través de los que influye la función bacteriana a nivel neuronal permanecen aún desconocidos. Aún así, hoy conocemos unos grupos neuronales llamados neuronas intrínsecas aferentes primarias (IPAN en inglés) que son diana de los microorganismos intestinales, influyendo a nivel cerebral (4).
Otro de los sistemas más considerados en esta comunicación entre el intestino y el cerebro es el nervio vago, encargado genéricamente de hacer llegar la información parasimpática del sistema nervioso autónomo al cerebro, regulando funciones tan importantes como la constricción bronquial, tasa cardiaca y la propia motilidad intestinal. Sabemos que es un sistema de comunicación importante bidireccional, como demuestran experimentos realizados inoculando patógenos a nivel intestinal, que generan una hiperactivación en determinadas áreas cerebrales mediadas por el vago (5-6). Asimismo, muchos de los efectos de la microbiota intestinal o de la intervención a través de probióticos sobre el cerebro han mostrado depender de la activación vagal (7).
La vía inmunológica
Es sabido que la microbiota y las intervenciones con probióticos pueden tener un efecto directo sobre el sistema inmune (8). Pensemos que una parte muy importante de nuestro sistema inmune está situado alrededor de la luz intestinal, controlando la presencia de posibles patógenos en el tubo digestivo e interactuando con la microbiota para regular diferentes funciones (por ejemplo, el desarrollo de nuestro sistema inmune depende en algunos puntos de la presencia o no de microorganismo intestinales y de las respuestas que éstos desencadenan a través de diferentes receptores inmunológicos).
De este modo, el sistema inmune innato y adaptativo colaboran para mantener el equilibrio (homeostasis) en la superficie intestinal, donde interactúan microbios y huésped (9). Gracias a esa interacción, el sistema inmune genera una comunicación bidireccional con el sistema nervioso central, lo que se traduce en un efecto de estas bacterias o microbiota sobre el propio sistema nervioso central (10) y sobre el mismo cerebro, generando cambios que afectan a nuestras reacciones físicas y emocionales.
La vía endocrina
Metabolismo del triptófano
El triptófano es un aminoácido esencial precursor, entre otros, de la gran conocida serotonina (11). En el metabolismo del triptófano existen dos vías principales a través de las cuales este aminoácido puede convertirse en serotonina, o bien puede tomar la vía de la kynurenina y convertirse en otros metabolitos como el ácido kinurénico o ácido quinolínico.
Los desequilibrios en la microbiota pueden generar una desviación de mayor cantidad de triptófano hacia la vía de la kynurenina, reduciendo la disponibilidad de triptófano para la síntesis de serotonina a nivel cerebral, provocando una disminución de los niveles de serotonina y una posible sintomatología asociada a este déficit. Como sabemos hay síndromes como la depresión cuyo mecanismo de acción principal es el déficit de serotonina.
Neurometabolitos microbianos
Dentro de la decenas de funciones que tiene la microbiota, encontramos la de producir neurotransmisores y neuromoduladores. Sabemos que algunas especies como Lactobacillus spp y Bifidobacterias spp producen GABA, neurotransmisor del sistema nervioso central cuyo déficit se relaciona con síntomas de ansiedad.
La especies Escherichia spp, Bacillus spp y Saccharomyces spp producen noradrenalina, neurotransmisor relacionado con la respuesta de estrés básica y al activación cognitiva al despertarnos. Especies como el Bacillus spp producen dopamina, relacionada entre otros con la atención ejecutiva (movimiento) y la motivación. El Lactobacillus spp produce acetilcolina, relacionada entre otros con la memoria (12).
Influencia del cerebro sobre la microbiota
La respuesta de estrés, compuesta de diferentes neurotransmisores (adrenalina y noradrenalina), citoquinas inmunológicas (por ejemplo, el factor de necrosis tumoral) y hormonales (cortisol) también se ve influida por nuestra microbiota.
Para no extendernos en exceso, tomaremos como ejemplo de esta interacción la secreción de cortisol en la corteza suprarrenal, cuyo inicio se da a nivel del sistema nervioso central (producción de hormona liberadora de corticotropina o CRH). Sabemos que el cortisol influye a nivel del sistema inmune tanto a nivel sistémico como local en el propio intestino. El cortisol influye directamente en la permeabilidad intestinal (¡la aumenta!) y modifica la composición de la microbiota (13) por lo que aquí contemplamos la dirección inversa de influencia en la que la actividad cerebral termina modificando la colonia bacteriana
A si que si, lo que comes, no solo influye en tu salud, sino que además, es capaz de decidir por ti. la próxima vez que abras la nevera, tenlo en cuenta. Eres lo que comes.
ARTÍCULO EN CONSTRUCCIÓN. DISCULPEN LAS MOLESTIAS.
Bibiografía: Dra. Sari Arponen, libro: “¡Es la microbiota, idita!”,